Hay risas que enganchan, que por más que las oigamos queremos volver a escuchar. Yo estaba sentada a la orilla del mar, intentado relajarme tras un día de esos en los que una querría que la tierra le tragara. De repente, una carcajada aguda captó totalmente mi atención. Una muñequita de ojitos verdes no paraba de reír con su madre. Jugaban a tocar el agua con las manos, a correr para que las olas no alcanzaran sus pies. No podía parar de mirarlas, al principio disimulaba pero después fue inevitable. Me sorprendí a mi misma sonriendo al verlas tan felices. Consiguieron que me olvidara de todos mis problemas. Al final me acerqué. Es curioso cómo funciona el mecanismo de los impulsos. Sentía la necesidad de agradecerles ese precioso ratito de risas contagiosas y me ofrecí a hacerles una sesión de fotos. El resultado de ese regalo es esta preciosa sesión.

Gracias a las dos por recordarme que una risa arregla cualquier día gris.